domingo, 16 de diciembre de 2012

DE PROFUNDIS (LOS CLAUSTROS RESPIRAN) y II



UNAMUNO

  Aquella noche, aquella fatídica noche en la que se fue Raimundo pude ver a Concha, mi  esposa, abrazándole y gritando “¡hijo, mío! ¡Hijo, mío!” Me vestí y me puse a deambular por la zona antigua con estupefacto y con lágrimas en los ojos. Cuando llegué a la calle San Pablo y vi la majestuosidad de San Esteban entré para refugiarme aquí. En este claustro encontré paz, meditación y reflexión durante tres días. Los frailes dominicos me acogieron y cuidaron de mi dolor. Aunque traje papel y pluma, nada pude escribir. Lo intenté, pero  cada vez que escribía una frase arrugaba las hojas  formando  pelotas de papel que quedaban dispersadas por todo este claustro de aljibes. Esas pelotas de papel fueron mis más descarnadas obras papirofléxicas, sin precisión, sin matemáticas dobleces…  La cocotología del dolor regaba estos suelos

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