Disculpen si me
sorprendo porque tengamos que estar hoy debatiendo a cerca de la importancia de
las Bibliotecas Públicas (ya bien sea en tiempos de crisis o de engañosa
bonanza)
Disculpen si me
sorprende que nos inviten a reunirnos a un grupo de personas relacionadas directa o indirectamente con este ámbito para defender una obviedad.
Disculpen si me
cabrea (y ruego me disculpen la expresión) que tengamos que llegar a este punto
que roza el más puro surrealismo. Y disculpen si me pongo un tanto
autobiógrafico antes de exponer mis ideas.
Mi primer contacto con el mundo de libros,
como supongo que también el de muchos otros, fue la biblioteca, más
concretamente un autobús que recorría los barrios en verano durante el primer lustro de los años 80 denominado el
Bus Cultural. Más adelante empecé a frecuentar las bibliotecas públicas
principalmente como lugar de estudio, pero rara era la semana en que yo no saliera bajo mi brazo con uno o dos libros
que devoraba rabiosamente en mi casa. Disculpen si no les cuento nada nuevo ya
que, como yo, muchos niños comenzamos a
aficionarnos a la lectura de esta
manera. Llegábamos a la biblioteca con
nuestros plumieres y nuestros cuadernos
dispuestos a estudiar y las estanterías repletas de libros nos seducían
hasta tal punto que no podíamos evitar
ir convirtiéndonos en ávidos lectores sin, a penas, darnos cuenta.
Algunos años
después de todo esto sigo frecuentando las bibliotecas. Muchas veces para
seguir llevándome libros a casa (no hay que perder las buenas costumbres)
y otras muchas, por motivos meramente
profesionales.
Mi oficio es el
teatro. Interpreto teatro, dirijo
teatro, escribo teatro. Lo escribo porque mi pasión por las artes escénicas va directamente
unida a mi pasión por la lectura. Puedo
decir que las bibliotecas públicas han ayudado a que alguien como yo
haya podido beber de las fuentes teatrales impresas (tanto teatro escrito como teoría teatral)
que están a disposición de cualquier usuario.
Hoy día, el modelo
de las bibliotecas públicas ofrece una amplia oferta cultural que va más allá
del préstamo de libros, música o películas. Frecuento el teatro de la
Biblioteca Municipal como espectador y, sobre todo, como artista local miembro
de una compañía al que ofrecen un magnífico espacio (y hablo también en nombre del resto de compañías profesionales y formaciones
amateur de la ciudad) para poder mostrar y experimentar con nuestros trabajos. Más allá de que los artistas locales podamos
poner en escena nuestros espectáculos con iniciativas como el “ciclo de teatro
salmantino” o “Aficionados a escena”, las Bibliotecas públicas ofrecen
una programación hasta la fecha, estable, amplia y de calidad
en la que conviven música, teatro para bebés, niños y adultos, narración oral para todos los públicos, recitales
de poesía, colaboraciones con FÁCYL, talleres y un largo etc . Una programación, como digo, estable con una
función, como mínimo, a la semana y, por supuesto, todas ellas gratuitas para el espectador es decir, públicas. En
estos tiempos en los que las compañías tenemos que ir, en la gran mayoría de
los teatros, a taquilla obligando al espectador a pagar una entrada sin el
correspondiente descuento municipal, esto es una ventaja tanto para nosotros,
los profesionales y aficionados de las Artes Escénicas, como para espectadores.
Otro de los motivos
por los que suelo dirigirme a las bibliotecas con bastante asiduidad es para
contar cuentos a niños y niñas. Desde
hace más de diez años se viene ofreciendo un programa estable de cuentacuentos
infantiles durante el curso escolar que no solo abarca la zona centro, sino
también El barrio del Rollo, Garrido, Vidal y Vistahermosa. Esta labor queda reforzada por los
bibliobuses que llevan, además de los libros, a ese personaje que los niños
esperan semana tras semana: El Cuentacuentos. A lo largo de todos estos años
el servicio de cuentacuentos se ha ido especializando cada vez más habiendo en
estos momentos tres franjas de edad hacia las que dirigimos nuestros
esfuerzos como narradores y/o animadores a la lectura: bebés, infantil y primaria. Gracias a esta iniciativa cuyo éxito es evidente (no hay más que pasar por
cualquiera de las bibliotecas para comprobar que semana tras semana los niños y
niñas acuden a las sesiones), los cuentos llegan a todos
y de manera gratuita. La labor
del cuentacuentos es fundamental para potenciar la animación a la lectura ya
que, una sesión de cuentos en una biblioteca no es un “espectáculo”.
Contextualizar los cuentos en lugar donde hay libros, es decir, donde SE LEE,
está incitando a los niños y niñas a querer ir más allá, a asociar diversión
con lectura, a convertirles, en definitiva en futuros lectores. Y todo esto por no hablar de que a nosotros,
los narradores salmantinos, se nos está dando la oportunidad de trabajar en un ámbito que amamos, cosa que
ahora mismo es bastante complicada.
Podría aportar muchas opiniones al respecto, pero el límite
de tiempo me lo impide. He querido centrarme en las dos labores que, sobre
todo, realizo en las bibliotecas públicas: Teatro y cuentos.
Disculpen si me he excedido en tiempo pero he querido expresar mi opinión con
respecto a algo que creo no debe ser tocado ya que la labor de las bibliotecas
públicas, al menos en esta ciudad, es intachable.
Disculpen si no defiendo la incultura.
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